domingo, 30 de noviembre de 2014

Wenceslao Fernández Flórez: El asombro de las rebeldes "chicas topolino"




Wenceslao Fernández Flórez fue un escritor y periodista español perteneciente a la generación de mil novecientos catorce.
Son más de cuarenta, las obras que escribió, entre las que destacan:  "El hombre que se quiso matar" (1929), adaptada al cine por Rafael Gil en 1942 con Antonio Casal  y de nuevo por Rafael Gil en 1970 con Tony Leblanc. "El malvado Carabel" (1931), adaptada al cine por Edgar Neville en 1935, por Fernando Fernán Gómez en 1956 y por Rafael Baledón en 1962 y "El bosque animado" (1943), adaptada al cine por José Neches en 1945, por José Luis Cuerda en 1987 con guion de Rafael Azcona y por Ángel de la Cruz y Manolo Gómez en 2001.
En este artículo de 1946, retrata en ese tono burlón característico, aquella nueva generación de mujeres urbanas rebeldes, "en una atmósfera de tabaco rubio, emanaciones de gasógeno y filamentos de angorina".

"-Hola.
Se sentó a mi lado en la terraza del bar. Anochecía y las aceras estaban en pleamar. Era una joven de ojos retocados y uñas rojas. Su peinado se alzaba sobre la frente en dos promontorios rubios separados por un canalito que mostraba la legítima negrura del pelo; la barra de carmín había desbordado la mucosa de los labios para modificar la línea de la boca y hacerla más grande. Una "rebeca" de angorina envolvía el cuerpo de la muchacha. Yo no me acordaba de quién era, pero, sin duda, la había visto muchas veces. Esto ocurre todos los días, en las fáciles relaciones de hoy.
-¿Qué tomarás?
-Una combinación.
Le trajeron un vaso con la mezcla de ginebra y vermut y unos trozos de hielo y unas hojitas de no sé qué, y una pajita. O quizá dos pajitas. Bebió. Hice,  sin ganas, esa pregunta que es la llave maestra del cofre de las idioteces.
-¿Qué hay?
-Nada. Fui a ver una película de Tyrone Power.
-¡Ah!
-El disco de siempre. Pero él está bárbaro.
Comencé a sentir un cosquilleo en la mejilla derecha; algo así como si un hilo de araña se hubiese posado en ella; la froté nerviosamente; me enconcoran las arañas y los hilos de araña.
...
Tomé un sorbo de gin-fizz y noté que el cosquilleo se había trasladado a los labios. Con el índice y el pulgar, en pinza, perseguí la causa de aquella sensación; inútilmente porque se refugió en la boca y era tan tenue que no lo podía apresar.
-Oye -dijo de pronto-, mira a ver si tengo un pelito en este ojo.
-Hay muchos pelitos untados de algo negro- expuse concienzudamente.
-Son las pestañas, procura encontrar uno suelto.
-Pues...  no...
-Si, sí, debe haber. Es de la angorina. Está soltando pelusa desde hace un mes.
Un señor pasó al borde de las mesitas y exclamó:
-¡Marititi! ¿Vienes a casa? Ya es tarde.
-Dentro de un poco, papi- decretó ella, y el señor siguió calle abajo.
-¡Maricuqui! -llamó entonces un joven desde un rincón del bar, y mi acompañante lanzó un gritito de alegre  sorpresa y se alzó para ir a su encuentro.
-Vuelvo en seguida- ofreció.
Tanto me daba. Continué viendo pasar el gentío. Invisibles filamentos de angorina despertaban pruritos insistentes en mi rostro y esparcían leve neblina sobre una manga de la chaqueta. Transcurrió algún tiempo. El silloncito de bejuco que  había quedado libre junto a mí se ocupó de nuevo.
-Hola.
-Hola. ¿Ya estás aquí?
Antes de hacer esta pregunta vacilé un poco. La muchacha parecía venir de la calle y no del interior del bar. La examiné rápidamente: el pelo rubio, separado en dos olas, como el mar Rojo, con su oscuro camino para los israelitas; la boca, exagerada por el rouge para hacerla más carnosa; la "rebeca" de angorina... Era la misma..
-Mozo: una combinación- pidió apartando el otro vaso, ya vacío.
...
-Adiós, Marilili- saludó un "pollo".
-Adiós. Oye- continuó, avanzado hacia mí su cara-;  a ver si distingues un pelito sobre mi nariz.
-No veo nada.
-Pues hay uno, por lo menos, que me está dando la lata toda la tarde. Esta "rebeca" soltó, desde que la compré tanta pelusa como para hacer dos como ella.
...
Seguimos divagando en una atmósfera de tabaco rubio, emanaciones de gasógeno y filamentos de angorina.. El señor que se había marchado calle abajo apareció entonces calle arriba
-¿Vienes a casa Marititi? -conminó- ya es tarde
-Voy, papi.
-¿Es que es tu padre? -inquirí, asaltado por una preocupación, mientras el hombre, inmóvil en la acera, manoteaba contra un filamento, como quien oxea una mosca.
...
Volví la cabeza para llamar al camarero. En el bar había ocho o diez muchachas de altos tupés, bocas carnosas, "rebecas" de angorina, gestos iguales y bebidas idénticas, que hablaban lo mismo y de lo mismo y se llamaban parecidamente. Comprendí que el caballero transeúnte se había llevado una hija que no era de él. Sentí impulsos de correr a advertírselo, pero lo pensé mejor y continué en mi asiento.
-¡Qué importa! -me dije- No lo notará."
¹ Lo de "topolino" venía, naturalmente, del coche italiano al uso (todo nos seguía viniendo de Italia o Alemania). La chica que tenía un topolino para sus navegaciones personales era una chica / topolino, más o menos liberada por la velocidad, y luego, por extensión del cheli de la época, fueron "topolino" todas las que iban un poco por libre, de siete a nueve o de ocho a diez. Bastaba con no ser de Sección Femenina ni de Auxilio Social, ni enfermera voluntaria en un hospital de sangre ni ir vestida de Pilar Primo de Rivera, para ser una chica topolino, de modo que se las conocía en seguida. (Franisco Umbral. El Pais. 04.11.1985)

Diario ABC. "Muchachas de racimo" 13.06.1946

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