domingo, 14 de diciembre de 2014

César González Ruano: Yo hubiera dado, Tubal, mi anillo de turquesas.



"Un amigo modesto de la época heroica de la juventud, a quien yo llevaba con frecuencia a comer conmigo por los cafés y las tascas, se empeñó un día en invitarme él en la pensión donde vivía., por el barrio madrileño de San Bernardo. No hubo más remedio que aceptar la invitación, que prometía ser bastante triste. Comimos, en el comedor de la casa de huéspedes, no recuerdo qué verdura y luego la patrona trajo una fuente con dos únicos filetes sin ningún parecido entre ambos. Uno era retorcido y nervioso y otro de buen ver. Con el egoísmo acostumbrado en quien, como yo, era hijo único a quien buscaban en casa siempre lo mejor de cada cosa, o con una cerril indiferencia, recuerdo que yo me serví el filete de más grata presencia, y entonces más fuerte que sus deberes de anfitrión, mi amigo no pudo evitar esta exclamación:

-¡Ay, el mío, el de ternera!

Luego, en las cómicas explicaciones que surgieron, mi amigo me dijo que la patrona tenía con él ciertas consideraciones especiales y le ponía siempre un filetito de ternera. No había sabido reprimir aquel grito de alma gastronómico. Algo de esto me ocurre a mi ahora con la noticia de la muerte del pequeño gorila "Endongo" que ha muerto en el zoo de Barcelona. Ya comprendo que ya habrán hablado mucho de esto y con más motivo puesto que algunos incluso le han conocido, pero a pesar de todo ¡ese filete de ternera era el mío!. Y era el mío precisamente para Barcelona y para La Vanguardia. Y no sé prescindir siquiera de dar mi grito.

...

La elegía que yo hubiera escrito a Endongo era para mis amigos los lectores de La Vanguardia. Yo les hubiera contado con mis mejores palabras la breve vida de este gorila de la Guinea que fue materialmente desprendido de los brazos de su madre cuando un cazador catalán cazó a ésta en la Guinea, matándola a tiros. Yo les habría contado la travesía  de este pequeña huérfano -ya desde niño con cara de filósofo- hasta llegar a España, y los inútiles esfuerzos, más que de aclimatación, de educación sentimental que aquí se hicieron para defender a Endonga, mejor que de la disentería, de la atroz melancolía de que suelen morir casi todos los gorilas, la raza de monos que peor soporta la tristeza del cautiverio.

Parece que Endongo lloraba. Se contrató aun chico para que lo tuviera en sus brazos. Se le dieron juguetes, entre ellos una muñeca y se procuró que llevara una vida verdaderamente familiar. Pero todo fue inútil. Endongo iba consumiéndose en la ancha tristeza de sus sentimientos, y últimamente apenas se conseguía que comiera, en todo el día, un único plátano. Sus ojos redondos en su cara de filósofo de cuatro o cinco meses, expresaba claramente que no quería vivir, que no era para este mundo pesado de los hombres su vida, que ya había entrevisto, en la selva, desde los robustos brazos de su madre. Quienes le vieron, debieron comprender que nadie le podía ya quitar "el dolorido sentir".

....

Endongo ha muerto de tristeza de expatriado. El recorte de esta noticia ha estado varios días sobre mi mesa de trabajo provisional en el campo. Me parecía que nada más que a mí me correspondía este tema y me lo he dejado machacar por todos. Ya no vale, y yo soy el primero en reconocerlo, pero vosotros, los que me leéis, comprendéis perfectamente que la muerte del pobre Endongo me correspondía. Por eso al leer ahora los comentarios, no puedo evitar mi grito.

-¡Ay, el mío, el de ternera!

Porque la muerte me lo había puesto sobre la gran bandeja de las páginas de los periódicos para que yo cantara su elegía, y por este dulcísimo y triste mono sí hubiera cambiado yo, como se dice en "El mercader de Venecia", mi anillo.

-Me atormentas, Tubal; era mi anillo de turquesas; me lo regaló Lesh cuando estaba soltero. No lo hubiera dado por un bosque lleno de monos, pero por ese pequeño Endongo, no lo hubiera dudado."
Diario LA VANGUARDIA ESPAÑOLA, 08-08-1948

No hay comentarios:

Publicar un comentario