"Un amigo modesto de la época
heroica de la juventud, a quien yo llevaba con frecuencia a comer conmigo por
los cafés y las tascas, se empeñó un día en invitarme él en la pensión donde
vivía., por el barrio madrileño de San Bernardo. No hubo más remedio que
aceptar la invitación, que prometía ser bastante triste. Comimos, en el comedor
de la casa de huéspedes, no recuerdo qué verdura y luego la patrona trajo una
fuente con dos únicos filetes sin ningún parecido entre ambos. Uno era
retorcido y nervioso y otro de buen ver. Con el egoísmo acostumbrado en quien,
como yo, era hijo único a quien buscaban en casa siempre lo mejor de cada cosa,
o con una cerril indiferencia, recuerdo que yo me serví el filete de más grata
presencia, y entonces más fuerte que sus deberes de anfitrión, mi amigo no pudo
evitar esta exclamación:
-¡Ay, el mío, el de ternera!
Luego, en las cómicas
explicaciones que surgieron, mi amigo me dijo que la patrona tenía con él
ciertas consideraciones especiales y le ponía siempre un filetito de ternera.
No había sabido reprimir aquel grito de alma gastronómico. Algo de esto me
ocurre a mi ahora con la noticia de la muerte del pequeño gorila
"Endongo" que ha muerto en el zoo de Barcelona. Ya comprendo que ya
habrán hablado mucho de esto y con más motivo puesto que algunos incluso le han
conocido, pero a pesar de todo ¡ese filete de ternera era el mío!. Y era el mío
precisamente para Barcelona y para La Vanguardia. Y no sé prescindir siquiera
de dar mi grito.
...
La elegía que yo hubiera escrito
a Endongo era para mis amigos los lectores de La Vanguardia. Yo les hubiera
contado con mis mejores palabras la breve vida de este gorila de la Guinea que
fue materialmente desprendido de los brazos de su madre cuando un cazador
catalán cazó a ésta en la Guinea, matándola a tiros. Yo les habría contado la
travesía de este pequeña huérfano -ya
desde niño con cara de filósofo- hasta llegar a España, y los inútiles
esfuerzos, más que de aclimatación, de educación sentimental que aquí se
hicieron para defender a Endonga, mejor que de la disentería, de la atroz
melancolía de que suelen morir casi todos los gorilas, la raza de monos que
peor soporta la tristeza del cautiverio.
Parece que Endongo lloraba. Se
contrató aun chico para que lo tuviera en sus brazos. Se le dieron juguetes,
entre ellos una muñeca y se procuró que llevara una vida verdaderamente
familiar. Pero todo fue inútil. Endongo iba consumiéndose en la ancha tristeza
de sus sentimientos, y últimamente apenas se conseguía que comiera, en todo el
día, un único plátano. Sus ojos redondos en su cara de filósofo de cuatro o
cinco meses, expresaba claramente que no quería vivir, que no era para este
mundo pesado de los hombres su vida, que ya había entrevisto, en la selva,
desde los robustos brazos de su madre. Quienes le vieron, debieron comprender
que nadie le podía ya quitar "el dolorido sentir".
....
Endongo ha muerto de tristeza de
expatriado. El recorte de esta noticia ha estado varios días sobre mi mesa de
trabajo provisional en el campo. Me parecía que nada más que a mí me
correspondía este tema y me lo he dejado machacar por todos. Ya no vale, y yo
soy el primero en reconocerlo, pero vosotros, los que me leéis, comprendéis
perfectamente que la muerte del pobre Endongo me correspondía. Por eso al leer
ahora los comentarios, no puedo evitar mi grito.
-¡Ay, el mío,
el de ternera!
Porque la
muerte me lo había puesto sobre la gran bandeja de las páginas de los
periódicos para que yo cantara su elegía, y por este dulcísimo y triste mono sí
hubiera cambiado yo, como se dice en "El mercader de Venecia", mi
anillo.
-Me
atormentas, Tubal; era mi anillo de turquesas; me lo regaló Lesh cuando estaba
soltero. No lo hubiera dado por un bosque lleno de monos, pero por ese pequeño
Endongo, no lo hubiera dudado."
Diario LA VANGUARDIA ESPAÑOLA, 08-08-1948
Diario LA VANGUARDIA ESPAÑOLA, 08-08-1948
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